La idea es escribir. No sé muy bien sobre qué, sobre quién o sobre cuándo. Es esa sensación de somnolencia de 1:30 am mezclada con la decisión de descartar de plano el irse a dormir.
Hace calor, pero se notan ráfagas de aire pesado y fresco. En este primero de septiembre, el otoño boreal está empezando a hacerse sentir.
Varios son los temas que me dan vueltas en mi cabeza, aunque todos muy conocidos. Para ser más sincero, todos los temas son uno, si se los mira desde la perspectiva adecuada. Como no podía ser de otra manera, el tema es el amor.
Lo primero a tener en cuenta es que me siento solo, y me escucho incluso desesperado. Tengo el capricho de tener pareja lo antes posible. Tengo muchas ganas de mirar a otra persona a los ojos y saber que estoy ahí de alguna manera. Quiero amar, sea lo que fuere que eso signifique. Tomar una mano, dar una caricia, recibir un abrazo, besar, ser besado, ser deseado, regalar un sonrisa, despertar ante una mirada atenta, de... mucas cosas más, aunque creo que ya entendieron la idea.
Claro, todo muy bonito, pero es acá donde tengo el gran problema. No quiero eso con cualquiera. Pero, ¿quién es cualquiera? ¿Qué es lo que me aleja de tomar las opciones que tengo o de abandonar los proyectos que yo mismo me planteo? ¿Cuál es el miedo real que me carcome desde lo más intimo de mi ser dejándome esta bola de nervios?
Una de las hipótesis que me he planteado muchas veces es que tengo el ego demasiado elevado. Que ese inmenso ego haga que encuentre en cada una de las chicas con las que me gustan algún detalle eliminatorio, que indica que esa persona en particular no sea lo suficientemente buena para un chico tan lindo o inteligente como yo. Pero esta se cae muy rápido, porque es inmensa la cantidad de chicas a las que no tengo nada que reprocharles en ningún aspecto con las que sin embargo elimino. Además porque son muchas otras las excusas encontradas para decirles que no a alguna chica.
Creo que la respuesta real es que tengo mucho miedo de compartir esa intimidad. Mucho miedo de salir herido. Mucho miedo justamente de amar. Porque amar es entregarse. Es abrir tu corazón, dejarlo al resguardo de alguien más, sin que puedas hacer nada. Es confiar en otra persona para que no rompa ese tesoro que tanto guarde durante toda mi vida. ¿Y si esa cosa que llamo corazón se la banca más de lo que pienso? He sido muy cagón hasta ahora como para averiguarlo, pero voy a tener que tener huevos en algún momento. Sobretodo porque como una prolongación de ese amor pienso seguido en tener hijos algún día, esperemos no muy lejano.
Otro tema es la pena que siento por la relación que tengo con la única mujer con la cual compartí sexo y algo más. No es la primera vez que le dedico unas líneas, y eso no me gusta demasiado. Hace poco me enteré que terminó su carrera por medios indirectos. Decidí escribirle un correo, que tengo dudas que lea y sólo lejanas esperanzas que me conteste.
Con Romi tuvimos una historia de altibajos, donde mi miedo a salir lastimado la lastimó a ella mucho más de lo que pude imaginar. Ella fue más valiente que lo que yo he sido en toda mi vida. Tengo que reconocerle que en eso ella me saca muchos cuerpos de ventaja. Debería aprender de eso.
El problema de todo esto es que tengo la necesidad de hablarle, de estar con ella cara a cara una última vez. Para pedirle perdón. Después de tanto tiempo creo que la única necesidad es esa, pedir perdón. O tal vez porque sé que ese gesto, el de sentarse en la mesa de un café pampeano conmigo, sin más personas alrededor significará que ella me está perdonando por todo lo que hice.
Así de esa manera podré tener noticias de ella en algún momento y que ella tenga también noticias mías. Para que quedemos como amigos, o al menos conocidos. Para poder cruzarla en una esquina y que tengamos algún banal cruce de palabras, que nos despidamos con un beso en el cachete y que cuando sigamos caminando en nuestros sentidos originales se nos escape una sonrisa, en honor a los lindos momentos que pasamos juntos.
Sin embargo la situación actual me duele mucho. Cuando hemos estado en la misma ciudad ella se dedicó a esquivarme, huyendo despavorida cada vez que algún encuentro 'fortuito' se daba. Fortuito lo puse entre comillas porque justamente este silencioso y ensordecedor pedido de perdón me hacía confabular y dar largos rodeos a mis habituales circuitos sólo para aumentar la chance de que nos crucemos.
Ahora que creo entender de que se trata todo esto, llego al punto que siempre supe que me cuesta más. Dejar que el tiempo haga su trabajo. No soy buen agricultor, las muestras son sobradas. Me gana la ansiedad en muchos ámbitos de mi vida. Me cuesta resignarme a que hay demostraciones que son largas y tediosas, que las mujeres tienen que ser ganadas de a poco o que para ser perdonado hay que dejar pasar el tiempo y 'no hacer nada'. Tengo la sensación de que las cosas deberían ser claras. Las cuestiones pueden ser graduales si se tienen pequeños éxitos parciales, como entender un enunciado, aprobar una materia o bajar 10 segundos el tiempo de mi último entrenamiento. Para mi una persona te gusta o no, la seducción es algo que está por ahora lejos de mi entendimiento. O sea, entiendo las definiciones y el concepto, pero no alcanzo a comprenderlo como algo que sea realmente aplicable a la vida real, aunque a todas luces el mundo en que vivimos se basa en eso. Esa misma ansiedad es la que me carcome durante esta, hasta ahora eterna, espera de la redención.
¿Seré demasiado simplista? ¿Será que tendré mi manera de pensar en ciertas cosas? Esto me lleva a otro de los miedos que tengo: el pensamiento. Porque cuando me planteo esas preguntas mi respuesta es: "No, pensás 'bien', si es que eso significa algo". No quiero cambiar mi manera de pensar. Es lo que me define.
Puedo estar muy orgulloso de mi forma de cocinar o de la red de amigos que he formado a lo largo de mi vida, pero si tengo que decir quién soy yo, digo que soy un tipo que piensa. Aún más, esa forma de pensar es justamente lo que me hace diferente y lo que tantas alegrías profesionales me ha dado y me sigue dando hasta el día de hoy.
Estoy casi seguro que mi miedo se basa en que si llego a cambiar mi forma de pensar en aspectos no matemáticos, la parte matemática se va a ver afectada de alguna forma. Vaya uno a saber si esa nueva forma de pensar es en realidad más completa y equilibrada que la que tengo hoy en día o si pierde un poco toda esa claridad y transparencia que yo le percibo hoy. Pero el miedo me invade con el sólo hecho de considerar que puedo perder lo que me define. Si pienso de otra manera, ¿quién soy? Sigo siendo yo. Pero, ¿qué pasa con el tipo al que hice crecer durante toda mi vida? ¿Se adaptará? ¿Morirá? ¿Voy a seguir siendo yo de verdad? La verdad ni idea, pero ahí todo se resume en lo mismo: soy un cagón.
Se hicieron las tres de la mañana ya. Después de dormir voy a releer esto y veré que puedo sacar en limpio.
de nieves boreales
Alguna vez el cono sur austral me regaló un amanecer blanco que quedó grabado en mi memoria. Hoy la vida me llevó al otro hemisferio. Acá voy a ir dejando retazos de esta nueva aventura, sean bienvenidos.
lunes, 1 de septiembre de 2014
domingo, 25 de mayo de 2014
Viaje a Mont Mégantic
Hace un tiempo que estoy viviendo en una casa con otras cuatro personas. La verdad que es muy lindo y me está haciendo conocer muchísimas cosas nuevas. En otro post voy a escribir sobre la casa y, sobretodo, la gente. Pero hoy no es el momento. Hoy quiero escribir sobre una de las experiencias que la casa me dio.
De todas maneras, todo tiene un contexto y sin él las situaciones carecen de sentido, así que acá les doy una pequeña introducción. Somos cinco viviendo bajo el mismo techo. Cinco naciones, cinco historias, cinco visiones del mundo, cinco proyectos de vida. Por orden de antigüedad, estos somos:
- Gabriel: Quebecois, nacido en el noreste de la provincia francesa de Canadá. Esta terminando el master en finanzas y es el único de los que alquilaron la casa en un primer momento que sigue acá. Por estos días esta preparando un examen en economía internacional que lo tiene muy concentrado. Tiene sus ideas muy claras, eso hace que a veces sea medio cerrado a la hora de discutir nuevos puntos de vista. Gran tipo.
- Antoine: Francés, de la Alta Normandía. Estudiante del doctorado en biología en la Université de Sherbrooke (UdeS). Siempre con una sonrisa en la cara y muy bromista. Sin embargo tiene ideas muy claras y no tiene miedo de apuntar a las estrellas. Cada vez que lo conozco más, estoy un poco más seguro que tiene un enorme futuro en la academia. Gran amigo.
- Hipolito: Bueno, soy yo. Nacido en el sur de los sures, ahora me encuentro casi en los norte de los nortes. Estudiante del doctorado en matemáticas en la Université de Sherbrooke. Muchas ideas a futuro, para poder trabajar con un objetivo.
- Sandra (Piña): Mexicana, nacida y criada en el DF. Estudiante de una maestría en ecología internacional que comparten la UdeS y la UNAM. Simpática y comprometida con lo que cree. A mi me está haciendo ver otras cosas, porque la estructura interna mía no tiene nada que ver con la de ella. Un gran corazón en tan pequeña persona (mide 1.50 m).
- Zoltan: Húngaro, nacido en una ciudad al sur de Budapest. Hizo una maestría en marketing en Francia y decidió buscar trabajo y experiencias en otro lado. Es así como llegó a una empresa que vende cuchillas para máquinas de nieve en un pueblito cerca de Sherbrooke. Es al que menos conozco hasta ahora, porque en su forma de ser es más frío y distante que el resto. Sin embargo siempre está disponible y ofreciéndose para hacer actividades en conjunto. Hay que darle tiempo no más.
Bueno, la cosa es la siguiente. Antoine está en el Parc Mégantic, un parque nacional, tomando muestras y juntando los datos que le hace falta para corroborar o refutar sus hipótesis. Ya lleva como tres semanas allá y en total va a estar como dos meses por aquella zona. La cosa es que el parque no está para nada lejos, así que por ahí lo vemos los fines de semana cuando viene. El último fin de semana hablamos bastante y surgió la idea de intercambiar roles.
Después de algunas idas y vueltas Zoltan, Piña y yo decidimos ir a visitarlo. Salimos tipo 9 de la mañana y en Sherbrooke llovía mucho. Nosotros habíamos dicho que íbamos a ir a saludar a Antoine, así que decidimos no abortar la misión. Menos mal, porque ni bien hicimos diez kilómetros, el cielo se despejó y el día estaba perfecto para caminar.
Después de como una hora y media de viaje llegamos a Lac Mégantic, un pueblo que fue muy famoso el año pasado porque un tren explotó en el centro de la ciudad y unas 50 personas murieron. Según yo había entendido las instrucciones de Antoine, él estaba en un chalet en la calle Notre-Dame du Bois. La idea era que una vez que lleguemos busquemos una iglesia grande, doblemos a la derecha, a 100 metros teníamos que encontrar una cancha de béisbol y ahí doblar a la izquierda. Nosotros encontramos la iglesia, encontramos la cancha de béisbol, pero la calle no aparecía por ningún lado; y el chalet, menos.
Ahí empezamos a preguntar a un par de personas y nadie no podía dar nada muy concreto. Finalmente, me bajé a preguntarle a un hombre que estaba en una venta de garage y me hizo dar cuenta que en realidad Notre-Dame de Bois era otro pueblo, no una calle de ese. Cuando subí al auto se lo dije a los chicos, y parece que: "This gentle man just told me that we are in the wrong village" fue una manera muy graciosa de transmitírselo a ellos, porque después de eso reímos un rato largo antes de corregir el rumbo y llegar a nuestro real destino.
Tengo la sensación de que esta va a ser una de las anécdotas que mis nietos se van a cansar de escuchar.
Llegamos finalmente al chalet y Antoine nos esperaba con café y galletitas. Después de aceptar gentilmente su invitación, partimos los cuatro para el parque nacional. Un parque muy bello y con los senderos muy bien marcados, aveces hasta demasiado. Hicimos uno solo de los circuitos y estuvo muy lindo. Tuvimos un par de vistas hermosas de la formación geológica del parque, que es bastante única. Nos reímos a lo largo de todo el recorrido y después también. Al medio de la caminata me hice de un bastón, que raudamente se transformó en una espada de Game of Thrones, que por su gran dureza la llamé "La Baguette" (después de algunos meses caí en la cuenta que baguette es la palabra en francés que usan para referirse a cualquier cosa cilíndrica larga, un equivalente a nuestro palo, por más bien que suene cuando uno nombre el pan).
A la vuelta al chalet, compramos unas cervezas y unas salchichas parrilleras. Comimos en una pequeña parrilla a gas que tienen en la cabaña y tomamos un lindo vino. Hablamos un poco más y después de eso nos fuimos los cuatro y Morgan, otra investigadora que está también en el chalet, al observatorio astronómico que hay sobre el Mont Mégantic. No había una sola nube en el cielo y a temperatura era de 10 grados. El cielo estaba hermoso, pocas veces en mi vida había visto tantas nubes en el cielo, pero esta fue la primera vez que me tocó verlo en el cielo boreal.
En el viaje de vuelta intenté luchar contra el sueño para ser un buen copiloto, pero no funcionó.
La experiencia fue increíble, y creo que muchas cosas como estas van a volver a pasar por suerte. Ahora a volver al trabajo. Queda mucho por hacer y poco tiempo. La parte oral del predoc se me viene en dos semanas y tengo que prepararlo bien.
Hasta pronto.
domingo, 9 de marzo de 2014
El Libro de Nieve
El sol pega cada vez más fuerte. Los termómetros siguen marcando temperaturas de 5 grados bajo cero, pero camino bajo el límpido cielo azul de la mañana y veo que hay agua que corre debajo del hielo; camino de forma distraída y de repente escucho que estoy chapoteando sobre un hilo de agua que cruza el camino.
Durante el invierno se debe haber acumulado cerca de un metro de nieve, repartidos en varias nevadas chiquitas y un puñado de tormentas fuertes. Cada vez que una de estas tormentas azotaba este rincón del mundo, grandes máquinas salían a despejar los caminos para que la circulación fuese posible y que la vida cotidiana no se viera demasiado dificultada. Como consecuencia de esto, montañas de nieve que superan los dos metros y medio de altitud se formaron a lo largo y ancho de la ciudad.
Hoy, estos inmensos montículos están pasando por una gran metamorfosis. Es fascinante. Su cambio es continuo. Su fachada, blanca y tersa, está dejando paso a un interior más gris y cristalino. Aquellas pequeñas partículas que fueron arrastradas inicialmente con la nieve depositada en el suelo, hoy están viendo nuevamente la luz del sol, dándole una impronta más fuerte a lo que parecía un gran campo de seda. Además el agua que se derrite arriba se congela un poco más abajo, formando duros cristales que le muestran aspereza sobre la superficie.
Es hipnótico. En mi camino diario no puedo dejar de frenarme ante mis invernales compañeros de viaje y observarlos durante el tiempo que la fría mañana me deje para notar las huellas que dejó la jornada precedente. Tengo una sensación casi igual a la que me surge cada vez que me siento a contemplar la danza de llamas de leños ardiendo. Pero tiene sus diferencias. Los tiempos son distintos, porque mientras un tronco se extingue en una hora estos montones tardan semanas o hasta meses en consumirse. También está la posibilidad de sentirlos al tacto. Toco esas púas en apariencia feroces y siento su íntima fragilidad.
Puedo observar desde muchos puntos de vista aquellas curiosas formas y diseños. Las diferentes perspectivas me prenden la imaginación y traen a la vida una infinidad de criaturas, paisajes e historias que cada día se renuevan y que nunca vuelven a ser las mismas, como una versión natural de aquel Libro de Arena que obsesionó a un Borges ya jubilado. Sin embargo esta versión tiene una diferencia fundamental: él mismo se va antes de que a uno lo consuma la obsesión, pero va a volver a hacerse presente en el futuro para que uno no se olvide de su existencia. Cosa que a mi entender es una bendición porque puedo disfrutar de sus hojas en este instante sabiendo que en el futuro me voy a poder volverlo a abrir en alguna parte de su infinita escritura.
Espero que esto no se transforme en una maldición y que la espera se me haga eterna. Sólo con el tiempo puedo llegar a saberlo. Mientras tanto, no me queda más que aprovechar para leer estos magníficos ejemplares mientras la primavera despierta al dormido ambiente que me rodea.
miércoles, 18 de diciembre de 2013
La historia de un amor
Los dos protagonistas empezaron a tener conciencia sabiendo que el otro exitía. En una pequeña comunidad todos suelen ser concientes de todos en mayor o menos medida, y esta no fue la excepción.
Esas conciencias fueron creciendo, moldeándose en los entornos donde nacieron. Por un lado, el entorno era presente. Se disfrutaba del momento, de la música, de la pintura, del paisaje. Por el otro, el entorno era futuro. Se soñaba, se analizaba, se proyectaba, se planificaba. Pero en ambos, en cada uno con su estilo, se trabajaba y, sobretodo, se amaba.
El tiempo empezó a pasar. Ese conocimiento, tal vez en algún instante abstracto, pasó a ser muy tangible porque la rutina hizo que cada día compartan un aula. Desde primero inferior al sexto grado, todos los días había un contacto directo entre ellos. Se compartían tareas, lecciones y algunos juegos durante los recreos. La relación no era cercana, el tiempo que pasaban juntos no era excesivo. Aún más, si se hubieran enterado de como se dieron las cosas más tarde en el tiempo, creo que ambos hubieran creído que era un chiste que el interlocutor les estaba contando. Sin embargo, ese periodo dejó una marca en cada uno mucho más profunda de lo que se hubieran imaginado.
El entorno cultural, primero, y sus propias ansias de seguir creciendo, después, hicieron que sus caminos estén lejos por más de diez años. Pero el pueblo que los vio nacer y los dejó volar libres, volvió a cobijarlos. Ese pueblo que fue el nido donde rompieron el cascarón, fue el que los volvió a juntar, de una manera que cuando saltaron al vacio por primera vez ni siquiera conjeturaron.
Cuando despuntaba el año 1982, en Los Antiguos, Walter y Malú se pusieron de novios. Fue un noviazgo fugaz, apenas unos meses les bastaron para que ellos decidieran casarse. El noviazgo empezó en mayo y se terminó el 18 de diciembre de 1982, cuando en el patio de Don Pepe y Doña Luisa dieron el Si.
Ese día se casaron sólo por iglesia. Los caso un cura que había sido profesor de Walter en el secundario. Los casó, además, sin que pudieran casarse por civil en ese momento, porque según sus palabras: 'Quería dar testimonio ante Dios del amor que unía a esos dos seres, superior a las leyes de los hombres'.
Eligueron Los Antiguos como el lugar para formar su familia, como nido para resguardar a sus futuros pollitos. Rápidamente Malú quedó embarazada y la noticia los lleno de alegría, esperaban con ansias a la primera beba de la familia, María Belén. Nació el 6 de octubre de 1983, pero no fue un día de gran alegría como se esperaba, porque ella pereció en el nacimiento. Su dolor fue inmenso y aún hoy no pueden hablar de ella sin lágrimas en los ojos, pero es tan inmenso su amor entre ellos y a ese ángel que ese golpe no rompió lo que tenían, sino que estuvieron el uno para el otro para tratar de soportar aquello.
Apoyándose uno en el hombro del otro, fueron pasando primaveras y otoños. Su deseo de formar una familia era muy grande, pero luego de que ninguno de los intentos de tener hijos llegara a buen término, muy a su pesar se resignaron a que ellos solos serían la familia. Desidieron mudarse de la chacra e hicieron sobre la calle alameda una casa pequeña, con una habitación, un living y una cocina para vivir solos los años venideros. Se mudaron allí, al lado del almacén que era su sustento y a los pocos meses tuvieron la noticia otra vez, Walter y Malú estaban esperando un hijo.
Con una tenacidad admirable desidieron intentarlo nuevamente, volviendo a renovar la esperanza. El embarazo tuvo algunos inconvenientes, pero poco a poco iba avanzando. Cuando el periodo más crítico pasó, empezaron a construir un cuarto para el pequeño que venía en camino. Así fue que la arquitectura de la casa se vió trastocada. El parto que estaba programado para mediados de junio se atrasó unos días y el 23 de ese mes del año '88 nació el que a la postre sería el único varón, Hipólito José.
Poco más de un año más tarde, supieron que Camila María Luisa venía en viaje para ver la luz el 2 de noviembre del '90. Nuevamente la vida les sonreía en lo íntimo. Sin embargo, la situación argentina era complicada: paros generales de la CGT, hiperinflación y todo lo que rodeo al término del mandato de Alfonsín como presidente. Siendo pequeño-comerciantes, la sutuación era muy dura. Pero no tanto como sería poco tiempo después.
Mediados de agosto del '91 fue una fecha que marcó a fuego al pequeño Los Antiguos. Por aquellos días explotó el volcan Hudson, cubriendo de cenizas toda la zona urbana y rural. Destruyendo la economía regional al matar a las ovejas y haciendo imposible la producción de fruta fina en el valle. Mujeres y niños fueron evacuados de forma inmediata. Así, mientras Walter se quedó junto con los otros hombres del pueblo a tratar de rehacer algo de lo mucho que se había perdido, Malú y sus dos pequeños fueron a Comodoro. Estaban en un departamento, esperando las noticias que venian de la costa del lago Buenos Aires para poder tomar una decisión. En ese departamento fue cuando uno de esos pequeños milagros cotidianos ocurrió: Cami esperó una de las fugaces visitas de su papá para dar sus primeros pasos, a la vista de la familia entera.
La situación en Los Antiguos seguía siendo mala, y no se veía a corto plazo la posibilidad de reconstruir de forma sustentable el emprendimiento privado. Algo había que hacer, con dos chiquitos de menos de tres años no podían quedarse de brazos cruzados. Sin embargo, en otra costa, en la del Mar Argentino, Puerto Deseado mostraba un gran empuje económico a través de su puerto. Además Walter había hecho allí el colego secundario, así que tenía gente conocida en la que podía confiar. Así fue que cerca de la entrada de Deseado abrieron el Ave Fénix, para poder resurgir de las cenizas como la mitológica criatura.
Deseado le brindó oportunidades de crecimiento a la familia y le regalo también el nacimiento del miembro más joven de la familia. En esta porteña ciudad nace María Soledad el 8 de septiembre de 1992. De esta manera quedó finalmente constituída la familia: Papá, Mamá, Poli, Camila, Sole y María Belén, el ángel de la guarda de los otros cinco.
En un principio las cosas fueron bien y el Ave Fénix volaba cada vez más alto. Pasaba el tiempo de una manera tranquila y apacible. Pero en un momento, una concecuencia temprana de las políticas del neoliberalismo hizo que este pájaro empezara a sentir turbulencias y que mantener el vuelo se hacía cada vez más difícil. Ante ese panorama tomaron la dura decisión de tener que separarse para mantenerse unidos. Walter partió a Los Antiguos para ver si la chacra podía ayudar al almacén que seguiría siendo atendido por Malú en Puerto Deseado.
Así, mientras Malú le leía cuentos a sus chiquitos en la cama matrimonial para que no extrañen tanto a su papá, Walter observaba el fuego de cerezos ardiendo queriendo abrazar a su familia, siendo ese, sin embargo, el abrazo más acogedor que podían brindar. Cada tanto la parte más numerosa de la familia viajaba a Los Antiguos. Eran viajes donde se disfrutaba la ida pero se quería poponer la vuelta lo más posible.
Fueron días muy duros y la situación se tornó insostenible. Hubo que volver al origen y Los Antiguos los recibió con los brazos abiertos. Gestos de leña picada o de ajos y zanahorias fueron claras muestras de que la comarca les daba la bienvenida de nuevo.
Allí se quedaron y salieron adelante. Nuevos desafíos se les pesentaron y a todos les salieron al cruce juntos. Hubo crisis, hubo enfermedades y hasta hubo soledad cuando todos los chicos crecieron y se fueron de la casa. Pero siempre juntos salieron a flote, no importa cuan hudidos hayan estado.
Allí estan hoy, cumpliendo 31 años de casados.
Este es mi pequeño homenaje. Cada vez que reviso la historia los admiro más. Como hicieron prevalecer el amor y la unión de la familia por sobre todo. No tengo como agradecerles todo eso que hicieron por nosotros. No sólo haciendo posible que podamos desarrollar nuestras capacidades. Tampoco me limito al ejemplo que nos dan cada día para que seamos hombres y mujeres de bien. Sino que también les agradezco que me hayan hecho creer en el amor. Porque, como dijo Sole hace un tiempo: 'Cómo no voy a creer en el amor para toda la vida si lo veo todos los días?'
Los quiero muchísimo. Un beso graaaaande grande. Felíz anversario.
Poli
Poli
sábado, 30 de noviembre de 2013
Magia en una mañana de invierno
Hoy me desperté de madrugada y no pude volver a dormirme. Lejanas conjeturas me despertaron en medio de la noche y me mantuvieron en vela, sin dejarme conciliar el sueño nuevamente.
Pasaron un par de horas tranquilas y alrededor de las siete de la mañana, la aurora entro como pidiendo permiso a la habitación. No suelo verla entrar. Cuando me despierto siempre esta instalada, esperándome impaciente. Insistiendo en que ya es hora de empezar con los quehaceres diarios. Así que verla entrar tan tímida me resultó un poco raro, pero de todas maneras lo acepté, pensando que era esa su usanza.
De todas maneras no se veían nubes por ningún lado y el reflejo del sol sobre la nieve más cercana era nítido. Por lo que mi sensación de extrañeza se mantenía latente.
Después de un rato, y viendo que Febo hacía que Morfeo esté cada vez más lejos, decidí que lo mejor era cansarme físicamente para ver si luego podía llegar a recuperar el sueño que había perdido en la noche. Entonces una vez que tuve todas mis cosas listas salí al aire otoñal.
En los primeros metros de mi caminata pude ver el horizonte y ahí fue donde aquel presentimiento se transformó en certeza. En este último despertar de noviembre, Sherbrooke estaba cubierta por niebla.
De todas maneras no estaba del todo tranquilo aún. Esta niebla no parecía espeza, y sin embargo su color era oscuro. Además tenía una textura que no recordaba haber visto alguna vez y daba la sensación de tener bordes precisos.
Seguí mi marcha hacia el gimnasio y al dar vuelta en un recodo pude apreciar la magia de lo que estaba pasando. Era niebla posada sobre la ciudad que se formo en una noche en la que la temperatura rondó siempre los veinte grados bajo cero. ¡La niebla se había congelado!
El espectáculo fue fabuloso. Pequeños cristales de hielo flotando por el aire, reflejando la luz del sol de mil maneras y danzando al son de la más leve birsa. Por un momento me abstraje de todo y observé. En esos
instantes pude creer en la magia. Pude creer en hadas que se me escaparon por muy poco, pero que habían dejado tras de si su estela delatora. Pude ver una feroz batalla en que dos bandos peleaban con iridicentes
carros de fuego, utilizando una estrategia que estaba mucho más allá de mi entendimiento. Pude ver miles de minúsculas ninfas que jugaban con mi limitada vista, que se dejaban ver un segundo y al siguiente se escondían. Pude ver eso y muchas cosas más.
Fueron instantes hermosos, pero como aquellos artistas que saben cuando el show debe terminar, uno de los pequeños cristales reflejó un rayo de luz directo a mi pupila y eso me hizo volver en mi. En lo que siguió del camino, continué viendo maravillado a estos pedacitos de hielo aparecer, bailar e irse tras bambalinas, pero ya desde otro lugar, en el mundo cotidiano.
A la vuelta, el sol ya había hecho su trabajo y el aire estaba más nítido que nunca. Por lo que mis amigos habían desaparecido sin dejar rastro alguno, como si nunca hubiesen existido.
Honestamente no me acuerdo de la primera vez que vi un arcoiris. Sin embargo cada tarde lluviosa busco en el horizonte ese regalo de la naturaleza para ver si encuentro finalmente a los duendes y su pote de oro. De la misma manera voy a buscar cada fría mañana de invierno este milagro; esperando ver a las hadas, preguntándome quién ganó la guerra y con la esperanza de tener el tiempo suficiente para declararle mi amor a una de las tímidas ninfas.
Espero que ese día llegue pronto. Sino la búsqueda por si sola valdrá la pena a cada instante.
Pasaron un par de horas tranquilas y alrededor de las siete de la mañana, la aurora entro como pidiendo permiso a la habitación. No suelo verla entrar. Cuando me despierto siempre esta instalada, esperándome impaciente. Insistiendo en que ya es hora de empezar con los quehaceres diarios. Así que verla entrar tan tímida me resultó un poco raro, pero de todas maneras lo acepté, pensando que era esa su usanza.
De todas maneras no se veían nubes por ningún lado y el reflejo del sol sobre la nieve más cercana era nítido. Por lo que mi sensación de extrañeza se mantenía latente.
Después de un rato, y viendo que Febo hacía que Morfeo esté cada vez más lejos, decidí que lo mejor era cansarme físicamente para ver si luego podía llegar a recuperar el sueño que había perdido en la noche. Entonces una vez que tuve todas mis cosas listas salí al aire otoñal.
En los primeros metros de mi caminata pude ver el horizonte y ahí fue donde aquel presentimiento se transformó en certeza. En este último despertar de noviembre, Sherbrooke estaba cubierta por niebla.
De todas maneras no estaba del todo tranquilo aún. Esta niebla no parecía espeza, y sin embargo su color era oscuro. Además tenía una textura que no recordaba haber visto alguna vez y daba la sensación de tener bordes precisos.
Seguí mi marcha hacia el gimnasio y al dar vuelta en un recodo pude apreciar la magia de lo que estaba pasando. Era niebla posada sobre la ciudad que se formo en una noche en la que la temperatura rondó siempre los veinte grados bajo cero. ¡La niebla se había congelado!
El espectáculo fue fabuloso. Pequeños cristales de hielo flotando por el aire, reflejando la luz del sol de mil maneras y danzando al son de la más leve birsa. Por un momento me abstraje de todo y observé. En esos
instantes pude creer en la magia. Pude creer en hadas que se me escaparon por muy poco, pero que habían dejado tras de si su estela delatora. Pude ver una feroz batalla en que dos bandos peleaban con iridicentes
carros de fuego, utilizando una estrategia que estaba mucho más allá de mi entendimiento. Pude ver miles de minúsculas ninfas que jugaban con mi limitada vista, que se dejaban ver un segundo y al siguiente se escondían. Pude ver eso y muchas cosas más.
Fueron instantes hermosos, pero como aquellos artistas que saben cuando el show debe terminar, uno de los pequeños cristales reflejó un rayo de luz directo a mi pupila y eso me hizo volver en mi. En lo que siguió del camino, continué viendo maravillado a estos pedacitos de hielo aparecer, bailar e irse tras bambalinas, pero ya desde otro lugar, en el mundo cotidiano.
A la vuelta, el sol ya había hecho su trabajo y el aire estaba más nítido que nunca. Por lo que mis amigos habían desaparecido sin dejar rastro alguno, como si nunca hubiesen existido.
Honestamente no me acuerdo de la primera vez que vi un arcoiris. Sin embargo cada tarde lluviosa busco en el horizonte ese regalo de la naturaleza para ver si encuentro finalmente a los duendes y su pote de oro. De la misma manera voy a buscar cada fría mañana de invierno este milagro; esperando ver a las hadas, preguntándome quién ganó la guerra y con la esperanza de tener el tiempo suficiente para declararle mi amor a una de las tímidas ninfas.
Espero que ese día llegue pronto. Sino la búsqueda por si sola valdrá la pena a cada instante.
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