Hoy me desperté de madrugada y no pude volver a dormirme. Lejanas conjeturas me despertaron en medio de la noche y me mantuvieron en vela, sin dejarme conciliar el sueño nuevamente.
Pasaron un par de horas tranquilas y alrededor de las siete de la mañana, la aurora entro como pidiendo permiso a la habitación. No suelo verla entrar. Cuando me despierto siempre esta instalada, esperándome impaciente. Insistiendo en que ya es hora de empezar con los quehaceres diarios. Así que verla entrar tan tímida me resultó un poco raro, pero de todas maneras lo acepté, pensando que era esa su usanza.
De todas maneras no se veían nubes por ningún lado y el reflejo del sol sobre la nieve más cercana era nítido. Por lo que mi sensación de extrañeza se mantenía latente.
Después de un rato, y viendo que Febo hacía que Morfeo esté cada vez más lejos, decidí que lo mejor era cansarme físicamente para ver si luego podía llegar a recuperar el sueño que había perdido en la noche. Entonces una vez que tuve todas mis cosas listas salí al aire otoñal.
En los primeros metros de mi caminata pude ver el horizonte y ahí fue donde aquel presentimiento se transformó en certeza. En este último despertar de noviembre, Sherbrooke estaba cubierta por niebla.
De todas maneras no estaba del todo tranquilo aún. Esta niebla no parecía espeza, y sin embargo su color era oscuro. Además tenía una textura que no recordaba haber visto alguna vez y daba la sensación de tener bordes precisos.
Seguí mi marcha hacia el gimnasio y al dar vuelta en un recodo pude apreciar la magia de lo que estaba pasando. Era niebla posada sobre la ciudad que se formo en una noche en la que la temperatura rondó siempre los veinte grados bajo cero. ¡La niebla se había congelado!
El espectáculo fue fabuloso. Pequeños cristales de hielo flotando por el aire, reflejando la luz del sol de mil maneras y danzando al son de la más leve birsa. Por un momento me abstraje de todo y observé. En esos
instantes pude creer en la magia. Pude creer en hadas que se me escaparon por muy poco, pero que habían dejado tras de si su estela delatora. Pude ver una feroz batalla en que dos bandos peleaban con iridicentes
carros de fuego, utilizando una estrategia que estaba mucho más allá de mi entendimiento. Pude ver miles de minúsculas ninfas que jugaban con mi limitada vista, que se dejaban ver un segundo y al siguiente se escondían. Pude ver eso y muchas cosas más.
Fueron instantes hermosos, pero como aquellos artistas que saben cuando el show debe terminar, uno de los pequeños cristales reflejó un rayo de luz directo a mi pupila y eso me hizo volver en mi. En lo que siguió del camino, continué viendo maravillado a estos pedacitos de hielo aparecer, bailar e irse tras bambalinas, pero ya desde otro lugar, en el mundo cotidiano.
A la vuelta, el sol ya había hecho su trabajo y el aire estaba más nítido que nunca. Por lo que mis amigos habían desaparecido sin dejar rastro alguno, como si nunca hubiesen existido.
Honestamente no me acuerdo de la primera vez que vi un arcoiris. Sin embargo cada tarde lluviosa busco en el horizonte ese regalo de la naturaleza para ver si encuentro finalmente a los duendes y su pote de oro. De la misma manera voy a buscar cada fría mañana de invierno este milagro; esperando ver a las hadas, preguntándome quién ganó la guerra y con la esperanza de tener el tiempo suficiente para declararle mi amor a una de las tímidas ninfas.
Espero que ese día llegue pronto. Sino la búsqueda por si sola valdrá la pena a cada instante.
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