miércoles, 18 de diciembre de 2013

La historia de un amor

Los dos protagonistas empezaron a tener conciencia sabiendo que el otro exitía. En una pequeña comunidad todos suelen ser concientes de todos en mayor o menos medida, y esta no fue la excepción.
Esas conciencias fueron creciendo, moldeándose en los entornos donde nacieron. Por un lado, el entorno era presente. Se disfrutaba del momento, de la música, de la pintura, del paisaje. Por el otro, el entorno era futuro. Se soñaba, se analizaba, se proyectaba, se planificaba. Pero en ambos, en cada uno con su estilo, se trabajaba y, sobretodo, se amaba.
El tiempo empezó a pasar. Ese conocimiento, tal vez en algún instante abstracto, pasó a ser muy tangible porque la rutina hizo que cada día compartan un aula. Desde primero inferior al sexto grado, todos los días había un contacto directo entre ellos. Se compartían tareas, lecciones y algunos juegos durante los recreos. La relación no era cercana, el tiempo que pasaban juntos no era excesivo. Aún más, si se hubieran enterado de como se dieron las cosas más tarde en el tiempo, creo que ambos hubieran creído que era un chiste que el interlocutor les estaba contando. Sin embargo, ese periodo dejó una marca en cada uno mucho más profunda de lo que se hubieran imaginado.
El entorno cultural, primero, y sus propias ansias de seguir creciendo, después, hicieron que sus caminos estén lejos por más de diez años. Pero el pueblo que los vio nacer y los dejó volar libres, volvió a cobijarlos. Ese pueblo que fue el nido donde rompieron el cascarón, fue el que los volvió a juntar, de una manera que cuando saltaron al vacio por primera vez ni siquiera conjeturaron.
Cuando despuntaba el año 1982, en Los Antiguos, Walter y Malú se pusieron de novios. Fue un noviazgo fugaz, apenas unos meses les bastaron para que ellos decidieran casarse. El noviazgo empezó en mayo y se terminó el 18 de diciembre de 1982, cuando en el patio de Don Pepe y Doña Luisa dieron el Si.
Ese día se casaron sólo por iglesia. Los caso un cura que había sido profesor de Walter en el secundario. Los casó, además, sin que pudieran casarse por civil en ese momento, porque según sus palabras: 'Quería dar testimonio ante Dios del amor que unía a esos dos seres, superior a las leyes de los hombres'.
Eligueron Los Antiguos como el lugar para formar su familia, como nido para resguardar a sus futuros pollitos. Rápidamente Malú quedó embarazada y la noticia los lleno de alegría, esperaban con ansias a la primera beba de la familia, María Belén. Nació el 6 de octubre de 1983, pero no fue un día de gran alegría como se esperaba, porque ella pereció en el nacimiento. Su dolor fue inmenso y aún hoy no pueden hablar de ella sin lágrimas en los ojos, pero es tan inmenso su amor entre ellos y a ese ángel que ese golpe no rompió lo que tenían, sino que estuvieron el uno para el otro para tratar de soportar aquello.
Apoyándose uno en el hombro del otro, fueron pasando primaveras y otoños. Su deseo de formar una familia era muy grande, pero luego de que ninguno de los intentos de tener hijos llegara a buen término, muy a su pesar se resignaron a que ellos solos serían la familia. Desidieron mudarse de la chacra e hicieron sobre la calle alameda una casa pequeña, con una habitación, un living y una cocina para vivir solos los años venideros. Se mudaron allí, al lado del almacén que era su sustento y a los pocos meses tuvieron la noticia otra vez, Walter y Malú estaban esperando un hijo.
Con una tenacidad admirable desidieron intentarlo nuevamente, volviendo a renovar la esperanza. El embarazo tuvo algunos inconvenientes, pero poco a poco iba avanzando. Cuando el periodo más crítico pasó, empezaron a construir un cuarto para el pequeño que venía en camino. Así fue que la arquitectura de la casa se vió trastocada. El parto que estaba programado para mediados de junio se atrasó unos días y el 23 de ese mes del año '88 nació el que a la postre sería el único varón, Hipólito José.
Poco más de un año más tarde, supieron que Camila María Luisa venía en viaje para ver la luz el 2 de noviembre del '90. Nuevamente la vida les sonreía en lo íntimo. Sin embargo, la situación argentina era complicada: paros generales de la CGT, hiperinflación y todo lo que rodeo al término del mandato de Alfonsín como presidente. Siendo pequeño-comerciantes, la sutuación era muy dura. Pero no tanto como sería poco tiempo después.
Mediados de agosto del '91 fue una fecha que marcó a fuego al pequeño Los Antiguos. Por aquellos días explotó el volcan Hudson, cubriendo de cenizas toda la zona urbana y rural. Destruyendo la economía regional al matar a las ovejas y haciendo imposible la producción de fruta fina en el valle. Mujeres y niños fueron evacuados de forma inmediata. Así, mientras Walter se quedó junto con los otros hombres del pueblo a tratar de rehacer algo de lo mucho que se había perdido, Malú y sus dos pequeños fueron a Comodoro. Estaban en un departamento, esperando las noticias que venian de la costa del lago Buenos Aires para poder tomar una decisión. En ese departamento fue cuando uno de esos pequeños milagros cotidianos ocurrió: Cami esperó una de las fugaces visitas de su papá para dar sus primeros pasos, a la vista de la familia entera.
La situación en Los Antiguos seguía siendo mala, y no se veía a corto plazo la posibilidad de reconstruir de forma sustentable el emprendimiento privado. Algo había que hacer, con dos chiquitos de menos de tres años no podían quedarse de brazos cruzados. Sin embargo, en otra costa, en la del Mar Argentino, Puerto Deseado mostraba un gran empuje económico a través de su puerto. Además Walter había hecho allí el colego secundario, así que tenía gente conocida en la que podía confiar. Así fue que cerca de la entrada de Deseado abrieron el Ave Fénix, para poder resurgir de las cenizas como la mitológica criatura.
Deseado le brindó oportunidades de crecimiento a la familia y le regalo también el nacimiento del miembro más joven de la familia. En esta porteña ciudad nace María Soledad el 8 de septiembre de 1992. De esta manera quedó finalmente constituída la familia: Papá, Mamá, Poli, Camila, Sole y María Belén, el ángel de la guarda de los otros cinco.
En un principio las cosas fueron bien y el Ave Fénix volaba cada vez más alto. Pasaba el tiempo de una manera tranquila y apacible. Pero en un momento, una concecuencia temprana de las políticas del neoliberalismo hizo que este pájaro empezara a sentir turbulencias y que mantener el vuelo se hacía cada vez más difícil. Ante ese panorama tomaron la dura decisión de tener que separarse para mantenerse unidos. Walter partió a Los Antiguos para ver si la chacra podía ayudar al almacén que seguiría siendo atendido por Malú en Puerto Deseado.
Así, mientras Malú le leía cuentos a sus chiquitos en la cama matrimonial para que no extrañen tanto a su papá, Walter observaba el fuego de cerezos ardiendo queriendo abrazar a su familia, siendo ese, sin embargo, el abrazo más acogedor que podían brindar. Cada tanto la parte más numerosa de la familia viajaba a Los Antiguos. Eran viajes donde se disfrutaba la ida pero se quería poponer la vuelta lo más posible.
Fueron días muy duros y la situación se tornó insostenible. Hubo que volver al origen y Los Antiguos los recibió con los brazos abiertos. Gestos de leña picada o de ajos y zanahorias fueron claras muestras de que la comarca les daba la bienvenida de nuevo.
Allí se quedaron y salieron adelante. Nuevos desafíos se les pesentaron y a todos les salieron al cruce juntos. Hubo crisis, hubo enfermedades y hasta hubo soledad cuando todos los chicos crecieron y se fueron de la casa. Pero siempre juntos salieron a flote, no importa cuan hudidos hayan estado.
Allí estan hoy, cumpliendo 31 años de casados.
Este es mi pequeño homenaje. Cada vez que reviso la historia los admiro más. Como hicieron prevalecer el amor y la unión de la familia por sobre todo. No tengo como agradecerles todo eso que hicieron por nosotros. No sólo haciendo posible que podamos desarrollar nuestras capacidades. Tampoco me limito al ejemplo que nos dan cada día para que seamos hombres y mujeres de bien. Sino que también les agradezco que me hayan hecho creer en el amor. Porque, como dijo Sole hace un tiempo: 'Cómo no voy a creer en el amor para toda la vida si lo veo todos los días?'
Los quiero muchísimo. Un beso graaaaande grande. Felíz anversario.
Poli

sábado, 30 de noviembre de 2013

Magia en una mañana de invierno

Hoy me desperté de madrugada y no pude volver a dormirme. Lejanas conjeturas me despertaron en medio de la noche y me mantuvieron en vela, sin dejarme conciliar el sueño nuevamente.

Pasaron un par de horas tranquilas y alrededor de las siete de la mañana, la aurora entro como pidiendo permiso a la habitación. No suelo verla entrar. Cuando me despierto siempre esta instalada, esperándome impaciente. Insistiendo en que ya es hora de empezar con los quehaceres diarios. Así que verla entrar tan tímida me resultó un poco raro, pero de todas maneras lo acepté, pensando que era esa su usanza.

De todas maneras no se veían nubes por ningún lado y el reflejo del sol sobre la nieve más cercana era nítido. Por lo que mi sensación de extrañeza se mantenía latente.

Después de un rato, y viendo que Febo hacía que Morfeo esté cada vez más lejos, decidí que lo mejor era cansarme físicamente para ver si luego podía llegar a recuperar el sueño que había perdido en la noche. Entonces una vez que tuve todas mis cosas listas salí al aire otoñal.

En los primeros metros de mi caminata pude ver el horizonte y ahí fue donde aquel presentimiento se transformó en certeza. En este último despertar de noviembre, Sherbrooke estaba cubierta por niebla.

De todas maneras no estaba del todo tranquilo aún. Esta niebla no parecía espeza, y sin embargo su color era oscuro. Además tenía una textura que no recordaba haber visto alguna vez y daba la sensación de tener bordes precisos.

Seguí mi marcha hacia el gimnasio y al dar vuelta en un recodo pude apreciar la magia de lo que estaba pasando. Era niebla posada sobre la ciudad que se formo en una noche en la que la temperatura rondó siempre los veinte grados bajo cero. ¡La niebla se había congelado!

El espectáculo fue fabuloso. Pequeños cristales de hielo flotando por el aire, reflejando la luz del sol de mil maneras y danzando al son de la más leve birsa. Por un momento me abstraje de todo y observé. En esos
instantes pude creer en la magia. Pude creer en hadas que se me escaparon por muy poco, pero que habían dejado tras de si su estela delatora. Pude ver una feroz batalla en que dos bandos peleaban con iridicentes
carros de fuego, utilizando una estrategia que estaba mucho más allá de mi entendimiento. Pude ver miles de minúsculas ninfas que jugaban con mi limitada vista, que se dejaban ver un segundo y al siguiente se escondían. Pude ver eso y muchas cosas más.

Fueron instantes hermosos, pero como aquellos artistas que saben cuando el show debe terminar, uno de los pequeños cristales reflejó un rayo de luz directo a mi pupila y eso me hizo volver en mi. En lo que siguió del camino, continué viendo maravillado a estos pedacitos de hielo aparecer, bailar e irse tras bambalinas, pero ya desde otro lugar, en el mundo cotidiano.

A la vuelta, el sol ya había hecho su trabajo y el aire estaba más nítido que nunca. Por lo que mis amigos habían desaparecido sin dejar rastro alguno, como si nunca hubiesen existido.

Honestamente no me acuerdo de la primera vez que vi un arcoiris. Sin embargo cada tarde lluviosa busco en el horizonte ese regalo de la naturaleza para ver si encuentro finalmente a los duendes y su pote de oro. De la misma manera voy a buscar cada fría mañana de invierno este milagro; esperando ver a las hadas, preguntándome quién ganó la guerra y con la esperanza de tener el tiempo suficiente para declararle mi amor a una de las tímidas ninfas.

Espero que ese día llegue pronto. Sino la búsqueda por si sola valdrá la pena a cada instante.